¿Actitud o talento?

Para el desempeño de toda faceta, profesión o tarea de nuestro cometido diario, las personas necesitamos de unas capacidades y aptitudes que poder poner en práctica a fin de que las funciones que aporten en su ejercicio puedan incidir en el buen fin o éxito, o por el contrario puedan fracasar y ser contrarias al cometido ejercitado.
Es evidente que frente a cualquier ocupación iniciada, las habilidades y competencias de los individuos son determinantes en el desarrollo que emprendan y en el desenlace en que las finalicen. Estas cualidades vienen establecidas por el potencial que conllevan y que denominamos talento.
A partir de aquí entran factores de actuación que se concretan a través de actitudes individuales. Es decir, mediante nuestra voluntad y deseo en nuestra acción de proceder, que marcará, con su influencia, la forma de encarar cualquier práctica a desarrollar.
Después de haber hecho un análisis de situación entre talento y actitud, se nos plantean los siguientes interrogantes: el talento nos puede conducir al éxito o al fracaso, personal o colectivo, pero ¿puede haber un éxito sin actitud? ¿Es posible el éxito con actitud y falta de talento?
Ante todo se ha de tener claro que la voluntad en la actividad que efectúa cualquier ser humano es la palanca, el impulso y el estímulo que potencia sus acciones profesadas dotándolas de la fuerza y la energía necesaria en la búsqueda de un final exitoso.
Las competencias y los conocimientos, sin las actitudes pertinentes necesarias para la determinación del talento, quedan mermadas e invalidadas en la obtención de nuestras aspiraciones; las actitudes idóneas nos aportan el plus añadido que genera el equilibrio necesario para la consecución de las pretensiones que deseamos en la consecución de una finalidad.
La voluntad, la exigencia y el esfuerzo propio son primordiales e imprescindibles para dar luz a nuestras ambiciones, anhelos y deseos, junto al tesón, la constancia y el empeño, que son el acicate en la conquista de un logro a obtener.
La actitud y el talento han de ser complementarios ante cualquier fin que se emprenda. Su retroalimentación es básica para suplementar conductas y agudizar en su culminación los modelos y prototipos de diligencia plena en el proceder activo que se realice, unido a un seguimiento explicito que nos lleve a la excelencia en el ámbito particular o general.
Ya que todas las personas no están en disposición de tener el mismo talento ni las mismas suficiencias propias, aprovechemos la actitud, que es un valor innato de provecho y beneficio connatural del ser humano, transmitiendo afán de superación como progreso y crecimiento personal. Utilicemos nuestro bienestar interno para mejorar en nuestro avance individual a modo de evolución e impulso y perfeccionamiento.
La condiciones personales, el talante y la conducta ejercida son el medio y la forma que nos acercan al camino que nos lleve a la consecución del éxito, transmitidas por la tenencia de una actitud conveniente y adecuada.
El talento ha de ser el instrumento y la herramienta para poder alcanzarla. Y nosotros el mecanismo útil y apéndice necesario.
Sepamos conjugar actitud y talento. Mantengamos la tenacidad, el tesón y la perseverancia en nuestras actitudes diarias, y utilicemos al máximo el talento como piedra angular ante nuestros empeños y deseos grupales o individuales. Explotemos al límite nuestro talento personal frente a nuestros afanes generales o propios y profundicemos con tenacidad en nuestro crecimiento personal. Llevemos al límite nuestras actitudes con una predisposición del ánimo llena de vitalidad y energía que nos aliente ante cualquier circunstancia contraria, coyuntura o acontecimiento que percibamos. Son el camino, el medio y el recurso más fructífero para conseguir nuestros propósitos y aspiraciones que promovamos.
No hay mejor forma de rentabilizar nuestro talento que mejorar nuestra actitud: la personificación del binomio del triunfo entre «el saber y el querer».
En favor de un talento fructífero y una actitud abierta y receptiva; por un talento inequívoco con una actitud bien definida y con disposición, caminemos hacia el éxito.

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Los jóvenes de hoy

De los jóvenes se dicen muchas cosas: que no están comprometidos con nada, que lo único que les interesa es pasárselo bien y disfrutar de la vida sin tener que asumir ninguna responsabilidad ni compromiso. Está claro que toda generalización acarrea injusticia (como todo, habrá de todo). Buena prueba de que esa etiqueta no es del todo pertinente, es la gran cantidad de jóvenes preocupados, involucrados e inquietos por los problemas sociales que les rodean y que son voluntarios activos de diferentes entidades, colectivos, ONGs y demás agrupaciones solidarias.
Lo que sí vemos, y eso si es cierto, es que hay compromisos que no les entusiasman ni se implican demasiado. Uno de estos es entrar en política. Se dice que los jóvenes pasan actualmente de la política y es verdad. ¿Qué sabe un joven hoy de política? Aparte de los escándalos de corrupción que ha vivido y vive nuestro país durante todos estos años y las disputas entre partidos políticos con el «y tú más», les quedan pocos referentes positivos e ilusionantes para seguirla y ejercerla. Sólo albergan en su pensamiento y ven que únicamente se acuerdan de ellos cuando cumplen la mayoría de edad, les piden el voto y poca cosa más.
Los jóvenes tienen la percepción real de que los políticos son de una casta diferente dentro de nuestra misma sociedad, alejada de ellos, de sus problemas e intereses (falta de empleo, acceso a la vivienda, emancipación personal, futuro incierto). Y eso es malo. Los jóvenes, como integrantes vivos de una sociedad moderna y comprometida, deben ver la política como un instrumento y mecanismo de renovación efectiva, cambio, aportación de ideas y sugerencias al servicio del beneficio de la colectividad, de la que ellos deben ser participes y protagonistas en primera persona para mejorarla, transformarla y hacerla más justa, innovadora y solidaria.
Los políticos no pueden olvidar, que al fin y a la postre, nuestros jóvenes son la esperanza real, la ilusión y el referente como personas que cogerán el relevo de la sociedad que dejaran sus mayores. No pueden ni deben convertirse en una generación perdida ni olvidada.
Deben darles y dotarles del protagonismo necesario que se merecen y el papel que les corresponde en nuestra sociedad, motivándolos a participar y colaborar desde cualquier organización, foro, colectivo, asociación o partido político, para que traigan ese aire fresco y nuevo, imprescindible y necesario de reforma que necesita cualquier sociedad vital y moderna.
Por tal motivo, los políticos deben reciclarse, abandonar sus despachos de poder, salir a la calle y abrirse más a la sociedad si no quieren que los jóvenes les sigan dando la espalda como hasta ahora ante el desencanto y la frustración que padecen y sufren, viendo a una clase política alejada y distante, apartada de sus inquietudes, preocupaciones y de la realidad social que les envuelve. Todo ello les provoca un rechazo y desconfianza en la política y en los políticos al no verse identificados ni representados por ellos.
Es la gran asignatura pendiente de los políticos, motivar, animar y alentar a los jóvenes que son claves en el desarrollo y progreso de una sociedad que quiera ser avanzada y de futuro.
La iniciativa, el empuje y el talento de los jóvenes son virtudes positivas demasiado valiosas e imprescindibles para que los políticos las obvien, no las tengan en cuenta, rehuyan de ellas y no las sepan aprovechar en toda su potencialidad.
Un inmenso capital humano, al cual hay que dotarles de las herramientas necesarias como beneficio de mejora para nuestra sociedad y su bien común.
Es su futuro y el de nuestro país el que está en juego.

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Identidad personal

Los seres humanos cuando nacemos y venimos a este mundo terrenal poseemos unos rasgos inherentes que nos diferencian como personas.
Todos los individuos ostentamos y tenemos una procedencia, orígenes y raíces ancestrales exclusivas. Un punto de partida y una esencia heterogénea distinta de nuestro semejantes.
Nuestra descendencia genealógica como seres humanos son nuestro principio, naturaleza y fuente de vida. Verdadera causa, fundamento y génesis que forman parte de nuestras raíces naturales.
En el transcurso de la vida nuestros antecesores familiares son una influencia manifiesta de nuestra esencia evolutiva más profunda, humana y personal. Es a partir de aquí, cuando nuestros progenitores nos encaminan, educan y sustentan en la vida ante un nuevo mundo desconocido y oculto por descubrir.
Como seres humanos que somos cuando empezamos a tener uso de razón y llegamos a la edad adulta nuestra personalidad queda acentuada y definida. Es el momento y el paso de nuestra independencia personal en la sociedad.
Es en la edad adulta cuando comienza un camino en solitario que emprendemos ante el cual, las decisiones son propias como inicio de una nueva etapa personal y social ante la vida.
Ante los inicios de la edad adulta  se inician los descubrimientos de la vida y comienza el preludio de nuestra propia formación individual. Es el instante en que emprendemos una situación nueva e ignorada. Donde nuestra identidad personal surge como respuesta a nuestras inquietudes dando sentido a las mismas.
En el momento que emprendemos una etapa desconocida, aparecen los miedos, los interrogantes y las dudas existenciales de nuestro estado o actitud vital. Una situación en que nos sumergimos en nuestro propio «yo» y emprendemos nuestro propio análisis profundo, interno y recóndito de nuestra mente en la búsqueda del entendimiento, las ideas y propósitos que den contestación a nuestros razonamientos e inquietudes.
Es a partir del peregrinaje de nuestra existencia cuando los deseos, pretensiones y metas se van forjando, empiezan a coger solidez y van tomando forma.
La existencia vital en sí misma es la energía, la fuerza y la savia que nos dota del vigor como medio y manera en el entendimiento de nuestra propia consciencia íntima.
Nuestra razón de ser nos hace libres y nuestra identidad personal nos hace transitar y caminar en este mundo en que nuestra singularidad nos hace diferentes ante nuestros afines. Somos iguales pero diferentes.
Es por ello, por lo que nuestra identidad personal es la que nos identifica ante los demás y limita como somos, describiéndonos y señalándonos ante nuestro prójimo.
El ejercicio de la moderación equilibrada y juiciosa despierta nuestra consciencia, fomenta el desarrollo y nos hace evolucionar como individuos, siendo el medio, la forma y el método que transmite la influencia necesaria que nos domina a través de nuestra identidad personal. Esta moderación aparece en nuestro caminar como compañera-guía que nos orienta y reafirma ante las inquietudes y preocupaciones vitales sin perjuicios en ser y mostrarnos como somos.
Nuestra identidad personal es algo connatural e inseparable. Son nuestras señas personales, inconfundibles y únicas que incluyen nuestras dudas existenciales, indecisiones y desconfianzas propias como individuos.
Las incertidumbres humanas son consecuencia de nuestras reflexiones, pensamientos e introspección profunda e intrínseca con nuestra realidad interior.
Es en nuestra realidad personal donde se sustenta y afirma toda nuestra propia existencia vital. Un estado reflexivo de acción permanente ante nuestra auténtica verdad recóndita y trascendente que tenemos en nuestro pensamiento.
La identidad personal nos sirve como descripción genuina y única. Es la reseña, el detalle y la especificación que nos muestra en ser como somos; dotándonos de la consciencia, el entendimiento y el conocimiento ponderado y prudente como seres humanos. Aquel que nos proporciona la percepción objetiva y real que tenemos sin apariencia ni formas irreales, sino tal cual.
Todo el patrimonio humano y personal que tenemos va ligado a nuestra identidad personal, a nuestras vivencias y a los valores recibidos. Un caudal de historias y capitales humanos heredados y transmitidos con sus fortunas y miserias.
Es nuestro testimonio con sus características y peculiaridades especificas. Son parte de nuestra alma. Auténtico fondo, cualidad y sustancia natural esencial e individual que nos humaniza y nos hace diferentes.
En el quehacer diario y toma de decisiones que emprendemos en este trayecto apasionante de la vida, la identidad personal es determinante en la imagen y el reflejo que transmitimos, pero a la vez marca nuestro bienestar, desdicha o satisfacción personal.
No perdamos los referentes y principios que son parte de nosotros mismos y de nuestra historia, ya que acaban siendo reflejo de nuestro fundamento, orígenes y procedencia humana.
La realización personal que obtengamos mediante nuestras actuaciones son el distintivo que establecerá la huella terrenal que dejemos en herencia.
La contribución y la aportación en el desempeño de nuestra identidad personal es la etiqueta de sello particular y marca intransferible.
Retémonos a nosotros mismos y seamos como somos. Estaremos escribiendo un capítulo más de nuestra historia que dejaremos como legado.
Es nuestra identidad personal e identificación humana.

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Departamentos de RRHH: ¿renovarse o morir?

Cuando abordamos la problemática de los Departamentos de RRHH dentro de las empresas siempre pensamos en la importancia de la gestión de personas como valor añadido y aportación provechosa dentro de las organizaciones, pero ¿cuándo oiremos hablar de los valores y las emociones humanas dentro de las empresas?
La combinación de las cualidades positivas humanas y su adaptación al entorno, a través de las acciones desarrolladas en su ejercicio cotidiano, son determinantes actualmente en el desempeño de cualquier función que se realice dentro de la actividad laboral de una empresa.
La percepción que se tiene a día de hoy de los Departamentos de RRHH es que no están en sintonía con los nuevos tiempos que vivimos, ni con las nuevas realidades de las empresas, de los trabajadores, ni de la misma sociedad.
Ya que una empresa está integrada por elementos humanos, materiales y técnicos, ¿por qué desde el aspecto humano -donde un conjunto de individuos trabajan unidos para lograr un objetivo común- no se le da la importancia y la transcendencia que se merece por parte de los Departamentos de RRHH?
A día de hoy, los Departamentos de RRHH se han de convertir en verdaderos depositarios de la actividad general de una empresa organizada por el ser humano, la cual involucra: trabajo, labor común y esfuerzo. Desde este concepto humano, los Departamentos de RRHH deberían convertirse en verdaderos «Departamentos de Administración del Capital Humano».
No pueden derivar en una simple foto fija de la pirámide humana de una organización, sino en una imagen dinámica en movimiento y en constante evolución. Esta opinión o juicio que han de tener los Departamentos de RRHH debe cambiar su concepción desde su génesis. Necesitan de una transformación que conlleve un cambio de pensamiento y actuación en la forma y manera de gestionar los recursos humanos, no sólo desde el prisma de las competencias de los empleados, olvidándose de la administración del capital humano sino también desde su propia introspección interna, intercediendo y abogando por medio de la potenciación y fortalecimiento de su crecimiento personal.
Desarrollo, progreso, crecimiento y capacidades han de ser los cimientos y pilares básicos en esta renovación y cambio de los nuevos «Departamentos de Administración del Capital Humano».
Las políticas corporativas, los planes de acción y actuación, junto al crecimiento personal de los equipos humanos determinan y definen la consecución del éxito en cualquier organización.
Una renovación que traiga consigo la conversión de los «Departamentos de Administración del Capital Humano», en fábricas de felicidad, satisfacción, crecimiento personal y valor de empresa.
Las viejas creencias, recetas y fórmulas de los Departamentos de RRHH simplificadas sólo a las suficiencias personales están obsoletas y desfasadas, viéndose obligadas a ser reemplazadas por la progresión individual de crecimiento en el tiempo para poder gestionar este cambio de modernización e innovación empresarial.
Se ha de pasar de la idea del control y las limitaciones de los empleados, a la de su desarrollo personal.
La regeneración de los «Departamentos de Administración del Capital humano» debe incidir en la autosuficiencia y la potenciación de los puntos fuertes de sus empleados en contra de la focalización de sus debilidades.
Nuevos tiempos, nueva cultura de empresa y políticas con visión estratégica determinarán su éxito.
Si el capital humano de una empresa es su mejor activo, su crecimiento personal contribuirá a mejorar la calidad; desarrollo clave para aumentar la motivación, estimular la creatividad y el espíritu de sacrificio colectivo.
De la mejora y la transformación de los «Departamentos de Administración del Capital Humano» depende una nueva cultura de empresa, una redefinición de sus estrategias organizativas y una proyección en las metas profesionales de cualquier empleado.
Arriesguemos por esta nueva cultura de empresa: adaptación, transformación y renovación de los Departamentos de RRHH que eviten caer en los errores del pasado y que se adecúen a una nueva forma de entender y concebir el capital humano. Unida a políticas corporativas que impliquen e involucren a todas sus estructuras internas en la búsqueda de la sincronización efectiva y práctica de toda su cadena humana que vayan desde sus bases hasta la cúspide directiva.
Ya que el capital humano de una empresa es un patrimonio a resguardar, su protección, defensa y preservación positiva es el desafío que tiene una empresa en el camino del triunfo.
El cambio, la reforma y la adaptación de los departamentos de RRHH ante las nuevas necesidades de las organizaciones empresariales son el método y procedimiento vital que las ha de dotar de las herramientas indispensables en la búsqueda de un nuevo enfoque en la transformación a los nuevos tiempos.
Por una real y efectiva conversión de los Departamentos de RRHH en verdaderos «Departamentos de Administración del Capital Humano».
Ésta es la apuesta: ¿renovarse o morir?

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Indagando ante nuestra existencia vital

La vida a los seres humanos nos da la capacidad de nacer, crecer, reproducirnos y morir.
Nuestra condición humana nos hace transitar por la vida ante un destino impredecible, lleno de interrogantes e incógnitas.
¿Cuantas preguntas y enigmas nos marca nuestra existencia terrenal?
Numerosas incertidumbres y misterios sin respuestas ante los cuales nos planteamos. ¿Qué es la vida? Un paso en el tiempo con recuerdos y vivencias en nuestra memoria en espera de un mas allá, ignorado y misterioso.
La vida en si es maravillosa a pesar de los contratiempos y adversidades de toda índole que se nos puedan aparecer en el transcurso de ella (enfermedades, economía, desamor o muerte).
A menudo nos preguntamos. ¿Sabemos vivir la vida?
Son características determinantes nuestras convicciones y creencias que definen nuestros modelos de conducta que realizamos en nuestro quehacer diario dando sentido a la misma.
Ilusiones, anhelos, aspiraciones y metas que nos encaminan en una forma de vivir, de ser y relacionarnos ante nuestros semejantes cotidianamente.
Nacemos, morimos y perduramos en el tiempo. No en la medida del tiempo que conocemos como seres humanos sino en esa dimensión del tiempo y el espacio desconocida que creemos y entendemos los que profesamos la fe cristiana.
De pequeños nos educan en valores, principios, conocimientos y competencias, para de mayores poder ser personas de bien. Pero nadie nos educa ante las adversidades y fatalidades de la vida, como son: las enfermedades y la muerte (propia y la de nuestros seres queridos). No recibimos preparación ni enseñanza alguna para hacer frente ante el fin de nuestra existencia vital.
El transcurso del ser humano en su andadura terrenal puede ser una magnitud en el tiempo: larga, corta, contradictoria y cambiante. En este lapso de vida que tenemos, cambia la fisonomía de nuestro cuerpo, la forma de pensar y nuestros procederes. Vamos evolucionando física y mentalmente. Es un camino apasionante y emocionante, para lo bueno y para lo malo. Es nuestra ruta y trayecto particular.
Durante nuestro transcurrir terrenal, la fe es el alimento espiritual, motivador básico y necesario que necesitamos los cristianos para fortalecernos como auténtico disipador de miedos y dudas frente a las incertidumbres de nuestras ocupaciones habituales. La mayoría de nuestras inseguridades vienen dadas ante situaciones que vivimos y que son irreversibles: nuestro propio fin o el de nuestros seres allegados. Ante estos recelos, nos preguntamos. ¿Para qué hemos venido a esta vida? ¿Es un punto y final el desenlace de nuestra existencia o es un punto y seguido?
No podemos quedarnos como espectadores viendo pasar la vida sin esperanzas, sueños y expectativas. Debemos procurar ser participes y aportar lo mejor de nosotros en todas las facetas que realicemos. Llenemos de secuencias, imágenes y momentos provechosos nuestra presencia pasajera y terrenal.
Con que frecuencia nos hemos preguntado a nosotros mismos. ¿Qué será de nosotros cuando fallezcamos? ¿Tenemos alguna misión que cumplir?
La vida tal como la entendemos y concebimos es efímera. Por tal motivo, no hay mejor forma de abordar el fin de nuestra existencia vital, que poseer una paz interior que nos acompañe en nuestro día a día. Esa paz necesaria e indispensable que nos ayude a afrontar nuestro adiós temporal cuando se nos presente y nos emplace.
Mantengamos nuestra fe cristiana y alimentemos de esperanza y optimismo cada momento que vivamos. No caigamos en el pesimismo ni en la derrota. Liberémonos de nuestros miedos y traumas buscándonos a nosotros mismos. Creamos en la vida y disfrutemos cada minuto con la convicción y la creencia de que nuestro espíritu nunca morirá y se mantendrá en el tiempo y en el recuerdo de quien nos ha querido. No perezcamos en vida y aprovechemos nuestra existencia para seguir viviendo.
La fe para un católico es el estímulo que nos ayuda, reconforta y alimenta nuestro desarrollo personal y humano, nos prepara anta las dificultades y nos da fuerza para luchar, sentir y vivir.
El paso del tiempo nos hace débiles físicamente y mentalmente, nos crea dudas personales, pero al mismo tiempo nos hace madurar y nos endurece como seres humanos.
Esta experiencia nos ha de servir para seguir creyendo, disfrutar de la vida en toda su extensión y hacernos más felices en el plano personal.
Un camino que nos haga sentir vivos a nivel interno como externo. Debe ser el triunfo de nuestra existencia vital que nos ha de abastecer y dotar de la paz que necesitamos. La paz es vida.
Es nuestra mejor forma de vivir y morir bajo las creencias y la práctica de nuestra fe.
Aprovechemos el hoy y encomendemos a Dios nuestro mañana.
Vivamos y muramos en paz.
Es el comienzo de una esencia nueva y desconocida.

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Cuando el adversario está dentro de la propia empresa

Nos ha tocado vivir en una sociedad compleja donde la mediocridad y la vulgaridad están a la orden del día. En este contexto de ramplonería latente y permanente, las empresas no son ajenas a ello.
En un mundo globalizado y una economía de mercado salvaje, las empresas buscan su lugar, encaje y punto de encuentro, indagando y explorando recónditos e inéditos nichos de mercado a modo de supervivencia, con el objetivo de obtener nuevos clientes que les permitan hacer frente a una capacidad de disputa mayor ante sus competidores.
El problema empieza a aflorar y coger una trabazón adversa cuando las actitudes poco éticas y reprobables, los personalismos individuales, la incompetencia y la incapacidad dan lugar a un protagonismo personal e interesado de sus gestores. Unas formas nocivas y perjudiciales dentro de las organizaciones que se anteponen y prevalecen en perjuicio del clima laboral general frente al interés colectivo.
Toda coyuntura de conflicto en las empresas es motivo y causa de un problema para las organizaciones en su entorno de trabajo y rendimiento personal de sus empleados. Es el momento, en que se deberá aprovechar la ocasión para utilizarla como oportunidad y poder hacerles frente con decisiones firmes de valentía y determinación. Aquellas que frenen y erradiquen las actitudes nefastas y aciagas de sus responsables. De lo contrario, la verdadera competencia ya no solo transciende al nivel exterior exigible sino que aparecerá, se impregnará y empezará a convertirse en un obstáculo, traba, disputa e incompetencia organizativa interna a resolver.
Hay un dicho o frase de origen popular que expresa y define muy bien esta situación «con amigos así no hacen falta enemigos». El adversario y competidor, a partir de este instante, ya es una preocupación en la empresa, una dificultad, parte negativa, inconveniente y problema para la propia organización.
En las empresas hay tres premisas fundamentales, núcleos, bases y fundamentos que gravitan en su devenir cotidiano: el comportamiento de los mandos jerárquicos, la acción humana y la conducta grupal en el ejercicio empresarial.
Es en esta situación, cuando la filosofía equivocada de muchas empresas u organizaciones no contempla las causas y los efectos desfavorables que conllevan las actuaciones y cometidos de los mandos y dirigentes que administran cualquier parcela organizativa o de gestión. Es cuando empiezan a aparecer los ambientes tóxicos en las empresas y se convierten en el primer adversario a batir.
Son primordiales unas tablas o credo empresarial que sirvan como modelos de código de conducta éticos en la acción y el ejercicio a efectuar debiendo focalizarse bajo unos postulados inclaudicables en beneficio de su capital humano.
Unos referentes que conlleven la suma de sacrificios frente al egoísmo y la ambición voraz que resta impulsos y estímulos, lo contrario de la potencia y el empuje que son el valor añadido de una empresa.
En las organizaciones no tienen lugar los líderes sin un talante que transmitan una actitud o disposición personal, dialogante, cooperativa y renovadora ante sus subordinados en el ejercicio y desempeño de la actividad laboral.
Son inadmisibles las políticas cortoplacistas interesadas en beneficio propio, sin visión ni perspectiva definida. Unida a comportamientos de jactación y vanagloria personal de sus directivos en su gestión y dirección corporativa en detrimento del bien común.
Es necesaria y obligada la implementación de estrategias organizativas y estructura endógena de planificación y desarrollo de toda su pirámide dispositiva. Verdaderas claves vitales que inciden y afectan en el clima laboral, la motivación, progresión profesional y rendimiento laboral dentro de la gestión del capital humano de la empresa.
Cuando comentamos que debemos rivalizar con la competencia propia y el desafío endógeno, hablamos de defender los intereses colectivos y combatir las actitudes reprochables, ineptas e inadecuadas que lo convierten en adversario directo y transmisor de influencia negativa para la propia empresa, transformándose y adquiriendo la forma simultánea de adversario y competidor a la vez.
En el fracaso de las empresas, la mediocridad y los personalismos egocéntricos son los peores compañeros de viaje.
Compitamos noblemente con nuestros adversarios pero no seamos su mejor aliado dentro de nuestra propia empresa.
La búsqueda de la excelencia, la modestia y la humildad son la mejor vacuna.

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Valores y emociones

Las sociedades progresan, evolucionan y se transforman en función de las actitudes y procederes de los individuos que la componen. Dentro de este contexto, el ser humano como ser social ha de convivir en un entorno de grupo, común y de convivencia. Sus conductas de comportamiento marcan y son determinantes ante sus semejantes. Este tipo de formas de actuación han de conllevar virtudes humanas innatas que las denominamos valores, y coadyuvan a dignificar la condición humana.
Cuando los comportamientos de sus individuos influyen sobre el colectivo humano y social, es importante introducir y expandir sus valores en toda su extensión como aportación social conjunta.
Los valores en una sociedad transmiten humanidad a sus individuos en su totalidad y hacen evolucionar al ser humano en la pluralidad. Una evolución de mejora interna que nos debe reconfortar particularmente como seres humanos en la consecución de nuestra paz interior, elevación espiritual y crecimiento personal.
Todo ello nos ha de servir para enriquecernos, evolucionar como individuos y proporcionarnos la tranquilidad, la felicidad y la reafirmación interna en nosotros mismos.
Unos valores que deben velar por nuestro entorno más próximo y también por el de nuestro alrededor. En el que prevalezcan las ideas, creencias y su respeto por las mismas.
Donde la solidaridad ha de verse como un principio de ennoblecimiento humano, su contribución es la garantía para conseguir una sociedad más justa y equitativa.
Valores personales que nos hagan ser mejores personas humanas ante nuestro prójimo en nuestro quehacer habitual, en el cual valoremos a las personas no por sus riquezas materiales sino por sus riquezas internas en capacidad, generosidad y calidad humana.
Sepamos crear y desarrollar, en nuestro hábitat familiar, ambientes de paz, armonía, sosiego, protección y calor natural.
Aportemos a nuestra sociedad lo mejor de nosotros mismos en todos los ámbitos y parcelas en las que participemos en nuestra actividad cotidiana (personal, profesional o social).
Tengamos una sensibilización especial ante los problemas sociales e injusticias que nos rodean y afectan. Colaboremos en aquellos grupos, asociaciones o foros que ayuden a conseguir una sociedad más justa y humana en la búsqueda del bien general.
Los valores humanos comportan emociones intrínsecas ante la realidad que percibimos y nos envuelve provocando sentimientos y reacciones afectivas ajenas.
Las emociones marcan nuestro estado anímico personal, que se define a través de nuestros sentimientos y conductas de acción, siendo claves para poder reafirmar nuestros valores como individuos y que afectan a nuestra relación social diaria.
Los valores y las emociones son dos caras de una misma moneda. Son la personificación del ser humano al desnudo, sin corsés, con sus limitaciones, traumas, miedos y frustraciones.
El sentimiento de las emociones nos hace ser más humanos y vulnerables, pero a la vez más transparentes, mostrando nuestro estado emocional en primera persona.
Gracias a nuestras emociones, los valores tienen aún más sentido y razón de ser ya que nos sirven para ratificar ideas, pensamientos y convicciones que nos engrandecen individualmente.
Sin emociones no se pueden dar pasos ni avanzar como seres humanos. Son parte de nuestros ideales y principios que nos ayudan a mejorar las virtudes, vitales para transmitir y aportar valores globales e individuales.
La potencia de la suma de los valores y las emociones nos facilita el crecimiento personal e igualmente y al mismo tiempo el progreso global, ayudándonos a evolucionar como seres sociales.
Merece la pena sentir y emocionarse ante un ser humano y poder descubrir las virtudes de los valores para poder desarrollarnos como personas.
Es el triunfo del ser humano: fuente de satisfacción, plenitud y reafirmación propia.
Son nuestros valores y nuestras emociones.
Hagámoslos nuestros.

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Ética en la venta

En una economía de mercado, las organizaciones tienen su «leitmotiv» o razón de ser fundamentado en aumentar sus cuotas de mercado e intentar vender, cuanto más, mejor. Pero, ¿saben vender adecuadamente las empresas? ¿Hay una profesionalidad en la venta? ¿Predomina la ética en la acción comercial? ¿Por qué tienen tan mala imagen los vendedores?
La venta en si es una acción de relación y comunicación interpersonal donde se satisfacen las necesidades de los clientes a través de productos y servicios a cambio de una contraprestación económica. A partir de ahí, la actividad comercial de las empresas, como cualquier otra tarea de correspondencia humana, necesita de unos compromisos y deberes que las respalden, donde se aseguren sus vínculos de negociación y acuerdos que desarrollan y ejercitan.
Para ello, es necesario que en todas las fases de la venta se utilicen conductas nítidas e inequívocas en la totalidad de sus procesos comerciales. Si no vendemos con transparencia estamos malvendiendo y malbaratando esfuerzos que repercuten tanto en las empresas como en los clientes.
Por este motivo, el problema de muchas empresas ya no es sólo conceptual sino que viene derivado de la deficiente preparación de muchos equipos comerciales en cuanto a: competencias del producto, psicología, comunicación y habilidades en técnicas de ventas, pero los cuales tampoco disponen de una verdadera formación y cultura ética.
¿Imparten formación ética las empresas a sus equipos de ventas?
Si la confianza y la seguridad son la credibilidad de un vendedor ante sus clientes, la ética en la actuación comercial determina la responsabilidad, el compromiso y la garantía real que certifica su desarrollo y ejecución en la relación de venta. Es un pacto de fe.
A día de hoy, no es solamente imprescindible una profesionalización de la venta, sino también una mejora en los conocimientos, aptitudes y capacidades de los equipos comerciales. Es indispensable la implementación de la ética en la venta y labor comercial, que no conlleve una mera explicación de la oferta del producto con sus propiedades, cualidades y beneficios, sino que también es obligatoria y preceptiva la descripción e información aséptica de sus «efectos adversos» que son complementarios y que afectan al cliente por su importancia para su toma de decisiones.
El fundamento de las empresas es procurar e intentar vender cuanto más mejor. Y es legítimo. Lo que olvidan, o no les interesa saber por su visión cortoplacista, es que no es lo mismo «vender que hacer clientes». Si buscamos una fidelización en la venta, no tan sólo hemos de vender; hemos de crear los marcos adecuados en competencias, aptitudes y normas de relación comercial éticas. Este «abc» que ha de prevalecer en una venta ética ha de buscar una corresponsabilidad: lazos de unión y compromisos mutuos con los clientes.
Viendo que la venta es una acción interpersonal de nexos naturales, la diligencia y la conducta ética del vendedor determinan su profesionalidad, mejoran la imagen corporativa de la empresa que representan, aumentan la certidumbre de los clientes y acrecientan los acuerdos y vinculaciones compartidas. Estos son las piezas básicas y esenciales para la fidelización de los clientes de una empresa.
La ética en la acción comercial no ha de ser una cortapisa, al revés ha de ser una fortaleza de profesionalidad comercial, una garantía de marca, una diferenciación ante los competidores y la personificación de lo que ha de ser una venta profesional.
La falta de ética en la venta solo provoca clientes efímeros e insatisfacción, menospreciando la profesión comercial y reduciendo la imagen comercial a simples vendedores.
Sin embargo las acciones comerciales éticas generan fiabilidad, certeza y fidelizan a los clientes, regenerando la imagen de la venta y potenciando la profesión comercial.
Ya que las conductas humanas en las actividades comerciales generan seguridad ante sus interlocutores, las actitudes éticas son el valor añadido de los productos ante sus clientes. Ante esto, aprendamos a vender, sepamos vender y vendamos con ética. Es la demostración de la profesionalidad de la venta en «estado puro», garantía de confianza y éxito empresarial.
Por un cambio de paradigma y pensamiento de las empresas en sus hábitos y conductas internas de sus departamentos comerciales, y por una regeneración de la venta, digamos sí a una venta profesional, de calidad y ética.

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Miedo al fracaso

¿Nos hemos preguntado cuántas cosas hemos dejado de hacer en nuestra vida por el que dirán? ¿Qué pasa cuando no logramos conseguir nuestras metas y objetivos planteados?
El individuo, como ser social, busca el reconocimiento y la reafirmación de su entorno frente a sus comportamientos y actividades diarias, no únicamente como afán de satisfacción de su propio ego, sino como una necesidad personal de obtención de confianza, motivación y respeto para consigo. El ego es una protección que siempre surge del miedo. Una persona sin miedo no tiene ego. Aunque eventualmente todo modelo de clasificación de necesidades queda obsoleto o a merced de la subjetividad, no parece descabellado afirmar que la base para la superación de nuestros miedos significa retroceder a los instintos más básicos del ser humano. Aquel mundo interior donde el individuo se muestra en su pura esencia, desnudo y desprotegido de los peligros y amenazas del mundo exterior. Significa comprometer comodidad presente por crecimiento futuro; significa introducir cierta ansiedad saliendo de nuestra zona de confort para llegar a maximizar nuestro rendimiento personal; pero, sobre todo, significa hacer un ejercicio de sinceridad y toma de responsabilidad personal.
El sistema de hábitos y creencias que hasta el momento creíamos funcionaba empieza a carecer de sentido una vez aceptas quien eres y decides qué lugar quieres ocupar en el mundo. El tipo de sociedad que vivimos en el que se premia el éxito externo frente a la realización personal acabará arrastrando al fracaso toda la potencia de la condición humana.
¿No es acaso ventajosa la competitividad entre individuos para la mejora personal? ¿No es la fijación de objetivos ambiciosos necesaria para la obtención de unos resultados cada vez más óptimos? La respuesta, indudablemente lleva al sí. Pero, ¿Qué pasa cuando toda actuación requiere de la consecución de un fin? El plano de la acción entendida como movimiento, como energía, como pasión, queda moldeada y convertida en una mera actividad. Ésta se impersonaliza convirtiéndose en una meta hambrienta de éxito.
En el momento que aparece la muerte de la potencia humana (capacidad de acción), todo estímulo de realización y superación personal cede su paso al miedo de la aceptación social. Por tal motivo, si sólo valoramos el éxito estaremos creando individuos y sociedades de fracasados. Y éste miedo precisamente al rechazo que nos supondría el fracaso es el mismo que nos paraliza a la hora de emprender. Nos condiciona, aterroriza y paraliza ante el entorno y la opinión social que nos rodea.
El miedo al fracaso es amplio y abarca diferentes parcelas de nuestra vida: profesional, personal y familiar. Es natural que el hombre sea temeroso, pero si este miedo se acepta, si no se vive en base a expectativas creadas, a experiencias pasadas, a ideas preconcebidas: “siempre se ha hecho de esta manera”, “nunca lo lograrás”, éste desaparece y se vuelve a nuestro favor, se convierte en energía y motivación para seguir reafirmándonos a nosotros mismos. De aquí la importancia de fomentar la cultura del esfuerzo y la competencia en nuestra sociedad. Una sociedad con individuos que aporten una mejora a nuestro colectivo social y humano, pero sin dejar de lado a la persona y su condición. Y donde sus valores intrínsecos han de quedar protegidos, ya que son su bien más preciado.
Creemos sociedades mejores, pero también sociedades de personas mejores.
El éxito es efímero, pero el fracaso puede ser imperecedero. Seamos nosotros mismos, busquemos nuestra paz interior, nuestra salud mental y no pensemos en el que dirán. Creer en uno mismo es el primer paso para que los demás puedan creer en nosotros y podamos conseguir nuestras metas. Es el primer movimiento para combatir y vencer al fracaso. La primera acción hacia el éxito. Nuestro éxito personal, el que vale, el que nos reconforta, el que nos hace mejores, y del que no dependemos de nadie ni podemos renunciar. Porque ese es nuestro éxito. Es el que nos importa y por el que debemos luchar.
Como bien dice el sabio refranero popular: “No hay mayor fracaso que el no haber fracasado”.

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La gestión del talento dentro de las organizaciones

Las empresas tienen filosofías diferentes en su funcionamiento, imagen a transmitir y formas de entender sus principios de acción empresarial, tanto a nivel endógeno como exógeno. Es decir, su esencia viva, su alma interna como empresa y su razón de ser.
A través de sus políticas corporativas se gestionan sus organigramas, estructuras, modelos y planes de actuación que definirán su funcionamiento del día a día. Siendo su capital humano el motor de un engranaje en su actividad como empresa. ¿Pero de qué manera las empresas aprovechan este capital humano?
Si una empresa quiere estar viva, el talento conceptualmente tiene que estar asociado y formar parte de ella. Partiendo de la base de que el talento es el potencial que tienen los empleados en el desarrollo de sus habilidades y competencias, es importante hacerse la pregunta: ¿se incluye en las políticas corporativas esta gestión del talento? Si el talento diferencia a las empresas entre si, es imprescindible implementarlas dentro de las organizaciones.
Por tal motivo, es necesario un estudio de toda la pirámide humana dentro de la organización. Aquella que analice las anomalías y deficiencias desde su génesis. Una redefinición estructural que actúe sobre tres premisas esenciales: segmentación por áreas distributivas, administración del trabajo y necesidades organizativas.
Es por medio de la gestión del talento donde podremos regular, mejorar y procesar de una forma más efectiva los modelos organizativos de la empresa en su actuación y ejecución.
Muchas veces, las deficiencias estructurales en las empresas vienen condicionadas por no saber gestionar el talento de sus empleados adecuadamente y de una forma eficiente.
Si sabemos aprovechar y canalizar el talento del capital humano de una empresa, subsanaremos sus déficits organizativos, mejorándolos y podremos crear áreas y estructuras de actuación más eficaces y resolutivas.
¿De qué nos valen las políticas corporativas de las empresas si no está el talento integrado en el desarrollo de las mismas?
Si queremos modelos organizativos eficientes y competitivos, ¿Por qué no aplicamos los métodos y las medidas necesarias en la gestión del talento; base primordial y determinante dentro de las organizaciones?
Ya que la pirámide humana de una empresa está compuesta por una cadena llena de eslabones individuales; aprovechar al máximo el talento de cada uno de estos eslabones nos ha de llevar a la excelencia grupal y personal.
El talento de las personas hace líderes a las empresas. Y muchas empresas siguen sin enterarse.

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