De los jóvenes se dicen muchas cosas: que no están comprometidos con nada, que lo único que les interesa es pasárselo bien y disfrutar de la vida sin tener que asumir ninguna responsabilidad ni compromiso. Está claro que toda generalización acarrea injusticia (como todo, habrá de todo). Buena prueba de que esa etiqueta no es del todo pertinente, es la gran cantidad de jóvenes preocupados, involucrados e inquietos por los problemas sociales que les rodean y que son voluntarios activos de diferentes entidades, colectivos, ONGs y demás agrupaciones solidarias.
Lo que sí vemos, y eso si es cierto, es que hay compromisos que no les entusiasman ni se implican demasiado. Uno de estos es entrar en política. Se dice que los jóvenes pasan actualmente de la política y es verdad. ¿Qué sabe un joven hoy de política? Aparte de los escándalos de corrupción que ha vivido y vive nuestro país durante todos estos años y las disputas entre partidos políticos con el «y tú más», les quedan pocos referentes positivos e ilusionantes para seguirla y ejercerla. Sólo albergan en su pensamiento y ven que únicamente se acuerdan de ellos cuando cumplen la mayoría de edad, les piden el voto y poca cosa más.
Los jóvenes tienen la percepción real de que los políticos son de una casta diferente dentro de nuestra misma sociedad, alejada de ellos, de sus problemas e intereses (falta de empleo, acceso a la vivienda, emancipación personal, futuro incierto). Y eso es malo. Los jóvenes, como integrantes vivos de una sociedad moderna y comprometida, deben ver la política como un instrumento y mecanismo de renovación efectiva, cambio, aportación de ideas y sugerencias al servicio del beneficio de la colectividad, de la que ellos deben ser participes y protagonistas en primera persona para mejorarla, transformarla y hacerla más justa, innovadora y solidaria.
Los políticos no pueden olvidar, que al fin y a la postre, nuestros jóvenes son la esperanza real, la ilusión y el referente como personas que cogerán el relevo de la sociedad que dejaran sus mayores. No pueden ni deben convertirse en una generación perdida ni olvidada.
Deben darles y dotarles del protagonismo necesario que se merecen y el papel que les corresponde en nuestra sociedad, motivándolos a participar y colaborar desde cualquier organización, foro, colectivo, asociación o partido político, para que traigan ese aire fresco y nuevo, imprescindible y necesario de reforma que necesita cualquier sociedad vital y moderna.
Por tal motivo, los políticos deben reciclarse, abandonar sus despachos de poder, salir a la calle y abrirse más a la sociedad si no quieren que los jóvenes les sigan dando la espalda como hasta ahora ante el desencanto y la frustración que padecen y sufren, viendo a una clase política alejada y distante, apartada de sus inquietudes, preocupaciones y de la realidad social que les envuelve. Todo ello les provoca un rechazo y desconfianza en la política y en los políticos al no verse identificados ni representados por ellos.
Es la gran asignatura pendiente de los políticos, motivar, animar y alentar a los jóvenes que son claves en el desarrollo y progreso de una sociedad que quiera ser avanzada y de futuro.
La iniciativa, el empuje y el talento de los jóvenes son virtudes positivas demasiado valiosas e imprescindibles para que los políticos las obvien, no las tengan en cuenta, rehuyan de ellas y no las sepan aprovechar en toda su potencialidad.
Un inmenso capital humano, al cual hay que dotarles de las herramientas necesarias como beneficio de mejora para nuestra sociedad y su bien común.
Es su futuro y el de nuestro país el que está en juego.
Los jóvenes de hoy
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