La vida a los seres humanos nos da la capacidad de nacer, crecer, reproducirnos y morir.
Nuestra condición humana nos hace transitar por la vida ante un destino impredecible, lleno de interrogantes e incógnitas.
¿Cuantas preguntas y enigmas nos marca nuestra existencia terrenal?
Numerosas incertidumbres y misterios sin respuestas ante los cuales nos planteamos. ¿Qué es la vida? Un paso en el tiempo con recuerdos y vivencias en nuestra memoria en espera de un mas allá, ignorado y misterioso.
La vida en si es maravillosa a pesar de los contratiempos y adversidades de toda índole que se nos puedan aparecer en el transcurso de ella (enfermedades, economía, desamor o muerte).
A menudo nos preguntamos. ¿Sabemos vivir la vida?
Son características determinantes nuestras convicciones y creencias que definen nuestros modelos de conducta que realizamos en nuestro quehacer diario dando sentido a la misma.
Ilusiones, anhelos, aspiraciones y metas que nos encaminan en una forma de vivir, de ser y relacionarnos ante nuestros semejantes cotidianamente.
Nacemos, morimos y perduramos en el tiempo. No en la medida del tiempo que conocemos como seres humanos sino en esa dimensión del tiempo y el espacio desconocida que creemos y entendemos los que profesamos la fe cristiana.
De pequeños nos educan en valores, principios, conocimientos y competencias, para de mayores poder ser personas de bien. Pero nadie nos educa ante las adversidades y fatalidades de la vida, como son: las enfermedades y la muerte (propia y la de nuestros seres queridos). No recibimos preparación ni enseñanza alguna para hacer frente ante el fin de nuestra existencia vital.
El transcurso del ser humano en su andadura terrenal puede ser una magnitud en el tiempo: larga, corta, contradictoria y cambiante. En este lapso de vida que tenemos, cambia la fisonomía de nuestro cuerpo, la forma de pensar y nuestros procederes. Vamos evolucionando física y mentalmente. Es un camino apasionante y emocionante, para lo bueno y para lo malo. Es nuestra ruta y trayecto particular.
Durante nuestro transcurrir terrenal, la fe es el alimento espiritual, motivador básico y necesario que necesitamos los cristianos para fortalecernos como auténtico disipador de miedos y dudas frente a las incertidumbres de nuestras ocupaciones habituales. La mayoría de nuestras inseguridades vienen dadas ante situaciones que vivimos y que son irreversibles: nuestro propio fin o el de nuestros seres allegados. Ante estos recelos, nos preguntamos. ¿Para qué hemos venido a esta vida? ¿Es un punto y final el desenlace de nuestra existencia o es un punto y seguido?
No podemos quedarnos como espectadores viendo pasar la vida sin esperanzas, sueños y expectativas. Debemos procurar ser participes y aportar lo mejor de nosotros en todas las facetas que realicemos. Llenemos de secuencias, imágenes y momentos provechosos nuestra presencia pasajera y terrenal.
Con que frecuencia nos hemos preguntado a nosotros mismos. ¿Qué será de nosotros cuando fallezcamos? ¿Tenemos alguna misión que cumplir?
La vida tal como la entendemos y concebimos es efímera. Por tal motivo, no hay mejor forma de abordar el fin de nuestra existencia vital, que poseer una paz interior que nos acompañe en nuestro día a día. Esa paz necesaria e indispensable que nos ayude a afrontar nuestro adiós temporal cuando se nos presente y nos emplace.
Mantengamos nuestra fe cristiana y alimentemos de esperanza y optimismo cada momento que vivamos. No caigamos en el pesimismo ni en la derrota. Liberémonos de nuestros miedos y traumas buscándonos a nosotros mismos. Creamos en la vida y disfrutemos cada minuto con la convicción y la creencia de que nuestro espíritu nunca morirá y se mantendrá en el tiempo y en el recuerdo de quien nos ha querido. No perezcamos en vida y aprovechemos nuestra existencia para seguir viviendo.
La fe para un católico es el estímulo que nos ayuda, reconforta y alimenta nuestro desarrollo personal y humano, nos prepara anta las dificultades y nos da fuerza para luchar, sentir y vivir.
El paso del tiempo nos hace débiles físicamente y mentalmente, nos crea dudas personales, pero al mismo tiempo nos hace madurar y nos endurece como seres humanos.
Esta experiencia nos ha de servir para seguir creyendo, disfrutar de la vida en toda su extensión y hacernos más felices en el plano personal.
Un camino que nos haga sentir vivos a nivel interno como externo. Debe ser el triunfo de nuestra existencia vital que nos ha de abastecer y dotar de la paz que necesitamos. La paz es vida.
Es nuestra mejor forma de vivir y morir bajo las creencias y la práctica de nuestra fe.
Aprovechemos el hoy y encomendemos a Dios nuestro mañana.
Vivamos y muramos en paz.
Es el comienzo de una esencia nueva y desconocida.
Indagando ante nuestra existencia vital
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