Los líderes dentro de las empresas desempeñan una labor de guías que marcan el camino de transformación, generación de entusiasmo, determinación en los proyectos y acicate en las metas de sus equipos humanos. Pero, ¿qué pasa cuando los líderes, por mediocridad o incompetencia, solo transmiten: desmotivación, falta de entusiasmo y desgana?. Es aquí cuando aparece el desanimo grupal; aquel freno que merma las capacidades individuales y aportación de una organización al crecimiento personal de sus trabajadores. Es el momento en que aparece el germen que va propagando e incubando la apatía en estado puro, con todas sus consecuencias, perjuicios y efectos secundarios. Un virus letal que afecta al corazón de las empresas y a su capital humano, en todo su conjunto.
Las claves de los líderes en las empresas siempre van ligadas a una figura e imagen, a nivel de símbolo vital esencial que ejerza un papel estimulador positivo en la dirección de los equipos humanos. Todo lo contrario provoca un resultado negativo ante cualquier proyecto o meta a emprender. Verdadero mal de muchas empresas, donde sus trabajadores deambulan con la indiferencia de no sentirse involucrados, ni a nivel profesional, ni a nivel personal. Estos estados de desidia crean ambientes nocivos que repercuten en la productividad empresarial, en el estado anímico de sus empleados, y en la calidad laboral de las empresas.
No hay peor abandono en una sociedad empresarial que no creer en su capital humano, su talento y su potencialidad. Cuando esto ocurre, da lugar a la inercia ante cualquier plan de actuación, estrategia o proyecto que necesita un colectivo humano para llevarlos a buen fin. Todo lo contrario que cuando partimos con pilares sólidos que impregnan motivación para poder emprenderlos, la actitud y el empeño en su consecución, y el interés en la actividad que se desarrolle para poder ejercitarlos.
En el momento en que en las empresas no aflora el dinamismo y la creatividad estamos consiguiendo ser los mejores aliados de nuestros competidores. Es por ello, que no podemos caer en el disentimiento corporativo por mejorar la calidad laboral, ni caer en la indiferencia de la mejora y el crecimiento.
Es necesario empezar a renunciar a caer en la debilidad, la apatía y la resignación como mejor baluarte para poder competir con las mejores garantías en el mercado.
Es indispensable que los responsables en las entidades empresariales sean líderes que transmitan entusiasmo, dinamismo y pasión como correa de transmisión de palanca y coraje. Aquella emoción del ánimo necesario en toda actividad que sirva de energía y tesón ante cualquier reto.
Ya que toda función de trabajo o labor a desempeñar necesita de una fortaleza para acometerla, debemos impregnarnos de la fuerza de la positividad para no desfallecer ante las adversidades. Con la acción en los deberes y tareas que conlleven una intensidad y creencia en lo que se hace. Todo lo contrario nos llevara a la pasividad por la lucha hacia los fines a conseguir, y la renuncia de los objetivos vitales que son primordiales en cualquier empresa para luchar y medirse en el mercado.
Hagamos entender a las empresas y a sus líderes que el capital humano es el mejor patrimonio de cualquier corporación. Y que cuando los hacemos caer en su abandono y desidia, es el comienzo de la parálisis corporativa que conlleva su inmovilismo como freno para competir y la inacción para emprender.
Cambiemos de paradigma y apostemos por líderes y empresas que valoren el esfuerzo colectivo, las aspiraciones individuales y la perseverancia en los propósitos, metas y objetivos, frente a la proliferación de la apatía dentro de las organizaciones con sus consecuencias, daños y secuelas.
Cuando la apatía se instala dentro de las empresas
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