Dejando atrás el pesimismo

La vida no es una camino de vino y rosas. Un jardín idílico y maravilloso de luces, colores y aromas.
En este viaje personal e intransferible que emprendemos: ¿podemos definirlo sólo como un trayecto de infortunios y desdichas en forma de corona de espinas llenas de dolor y sufrimiento?
Cuando desde nuestra visión personal individual consideramos todo lo que nos envuelve con un juicio solamente desde su perspectiva adversa, contraria y negativa, convirtiéndola en una actitud de comportamiento permanente y rutinaria, es cuando hace su aparición el pesimismo.
Una figura que nos distorsiona la realidad de la vida, influyendo en nuestras decisiones, sensaciones y emociones. Un corsé que nos merma y paraliza ante las cosas haciéndonos conformistas e infelices. Es una forma de hacernos prisioneros de nosotros mismos. Cegándonos con el «tul» de la oscuridad que no deja ver lo hermoso de la vida y la condición humana.
El pesimismo es un estado anímico de derrotismo perdido delante del mundo que nos rodea. Un entreguismo hacia el inmovilismo que nos paraliza ante los cambios y alteraciones que se transforman en nuestros hábitos cotidianos. Un talante diezmado de valor, empuje e ímpetu que nos conduce a la desesperanza. Verdadero desaliento de abatimiento interno, donde la desdicha, el derrotismo y el entreguismo tienen su mejor caldo de cultivo. Es el envejecimiento del ánimo y la pérdida natural de jovialidad. Un estado de postración y hundimiento físico y emocional. Auténtica impresión consustancial de nuestras desgracias (suerte, desconsuelo, padecimiento) que nos produce aflicción ante los acontecimientos no deseados; la tristeza y el decaimiento progresivo de las cualidades anímicas y afectivas.
La naturaleza del pesimismo siempre conlleva la melancolía. Una pesadumbre de nuestra existencia vital. Innegable sentimiento permanente y profundo de sensaciones contradictorias entre: «el querer y el no querer». Aquella postración que nos empobrece de padecimiento como una fosa de hundimiento, desasosiego y estado de desfallecimiento natural de nuestro vigor y fuerza física.
Una visión imperfecta de nuestro entorno y su percepción desde la apariencia de los problemas y no desde las soluciones, que nos limita en nuestras ocupaciones provocándonos una realidad distorsionada con un solo punto de vista y objetivo. Donde las calamidades nos acobardan produciendo atonía y apatía. Ocasionándonos un estado general hipocondríaco ante los reveses cotidianos del día a día. Un estado de abatimiento que nos suscita problemas y dificultades cuando aparecen los trances y compromisos cotidianos. Siendo un escollo y deterioro de destrucción y derrumbamiento moral que nos hace caer en una debacle y quiebra personal como socavón y desmoronamiento de vacío y animo. Una pérdida de alegría, humor y talante de entusiasmo, animosidad, valor y empuje. Manifiesta potencia y fuerza necesaria para afrontar con tesón cualquier decisión, intención y voluntad de espíritu. Un quebranto en nuestro crecimiento personal, impulso y potenciación de las ambiciones, aspiraciones y empeños. Dando lugar a una sensación de tristeza de naturaleza propia como disposición no propicia que da forma a la frustración. Una condición de indiferencia y carácter natural que conlleva al desengaño personal como costumbre y rutina que nos impregna del aburrimiento, la desilusión y la desgana. Aquella sensación de fastidio originado por una carencia de estímulo de actuación para emprender o realizar cualquier tarea o acción.
El pesimismo conlleva a la desmotivación que es el reflejo de un cuadro circunstancial de insatisfacción, falta de incentivo y encanto ante las posibilidades a lograr dentro del entorno que rodea a nuestra persona. Una burbuja de aislamiento relacional, penumbra y oscuridad. Ante ello, nos podemos preguntar: ¿por qué no buscamos otros enfoques ante nuestros miedos, frustraciones y desengaños? ¿Valoramos las cosas desde sus diferentes perspectivas? ¿Podemos pasar del «no» como respuesta ante todo, y pasar al «por qué no»? Son preguntas que necesitan de ajustes en nuestra forma de visionar, actuar y entender las cosas desde su concepto real, que nos sirvan como acicate para renacer y reanimar nuestro espíritu. Un estimulante y tonificador vital que nos reconforte desde la paz interior del alma.
Que nos haga abandonar de la mente los pensamientos de desesperación, abatimiento e ideas de desaliento y fracaso.
Debemos buscar impulsos de valores y emociones que despierten la pasión y la fantasía dotándonos de energía, voluntad y alma en lo que creemos, soñamos y ansiamos. Unas ambiciones aparcadas que debemos ir en su búsqueda para alcanzarlas como ganancia de esfuerzo y lucha personal.
Seamos tenaces, tengamos ahínco en nuestras ambiciones y aspiraciones. Aprovechemos nuestra voluntad con decisión y valor sin que nos perturbe de cualquier sentimiento desagradable. Hagamos de nuestras fantasías, designios de sueños a cumplir. Dejemos de ver en el desconsuelo una amargura de melancolía y pesadumbre; al contrario, transformémoslo en una alegría de gozo y dicha. No permitamos que el pesimismo se convierta en amargura, dolor y pena. Abandonemos la penumbra sin luz del pesimismo, y optemos por el cambio con ilusión entusiasmo y ánimo. Despertemos hacia la luz del mundo con su color, su encanto y sus sensaciones.
Es una nueva forma de ver la vida desde su belleza y misterios mágicos que nos ofrece por descubrir.

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Acerca de Lorente Andía

Reflexiones y análisis sobre el pensamiento humano y nuestra sociedad.
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