La vida del ser humano es un caminar constante, una evolución ininterrumpida, un suma y sigue diario. Un trayecto prolongado sin pausa en el tiempo y con un equipaje cargado a nuestras espaldas como compañero de viaje fiel que lleva consigo todo un bagaje de recuerdos, ilusiones logradas o perdidas, anhelos y retos en el aire. Una historia particular, única y personal donde nuestras esperanzas y deseos son el eje vertebrador, el estímulo ilusionante que nos hace sentir vivos y con ganas de conseguir todo aquello que ansiamos y todo aquello por lo que nos deleitamos. Aquel intervalo que expresa el resultado de nuestras acciones y cometidos, positivos o negativos, conseguidos o inalcanzados. Sin embargo, es en ese tránsito entre lo que «pudo ser y no fue» donde aparecen guardadas las experiencias más íntimas de recuerdos en estado puro con sus virtudes y miserias. Una parte íntima al descubierto sin corsés de nuestra alma. Cuando uno hace recopilación de las expectativas y resultados obtenidos en el transcurso de su existencia, comparativa de “lo deseado y lo obtenido» es cuando aparece la figura del «ya me vale», el detonante, la pieza clave que da lugar al origen y preludio de la rutina. Es en ese momento cuando nuestras emociones sufren una alteración que nos conducen a la indiferencia; un estado de desidia y desinterés que adormece el atractivo sobre todo lo que nos rodea y afecta. Una inacción que perturba el dinamismo físico. Aquella energía que mantuvimos en nuestros empeños de antaño y que se van convirtiendo en una desgana y hastío. Un cambio de vida que nos reduce el vigor y transforma el ánimo en desaliento, quedando disminuido el estímulo en abatimiento y desesperanza. Ante esta rutina, aparece la nostalgia del recuerdo, «de lo que pasó y de lo que fui», de «lo que logré y no pude lograr». Es un estado de melancolía manifiesta que nos provoca aflicción; una pausa en el espacio que nos inmoviliza. Una parálisis general de abatimiento en la actuación y el pensamiento que nos ralentiza en cuerpo y alma en nuestro quehacer diario. Un auténtico bloqueo mental de reflexión y juicio que nos agarrota y anquilosa sin ideas ni pretensiones por alcanzar. Es la rutina en estado puro; causa natural que precede de un acomodo de pasividad que es la causa y desencadenante de la inapetencia, el fastidio y la desmotivación. En consecuencia, tenemos la oportunidad de recuperar la pérdida de estímulos necesarios que sirvan de acicate y atractivo que nos conlleven finalidades de reclamo para seguir ilusionándonos y nos hagan abandonar la abulia y la impotencia en nuestras ocupaciones. Un deterioro de la voluntad que nos lleva al abandono personal provocándonos una dejadez e impasibilidad hacia las cosas que realizamos. Una inercia que nos lleva al aburrimiento y al cansancio físico. Un auténtico tedio de hartura hacia aquello que nos rodea y nos despiertan una pereza injustificada. Es una soledad no buscada con nuestro presente que vivimos día a día. Un parón en el reloj del tiempo. Verdadero hábito dañino como modelo insano de vida. Aquel aislamiento que nos hace perder nuestras viejas pasiones, aspiraciones y pretensiones por comenzar nuevos propósitos; ahínco vital basado en la búsqueda de retos que ya no tienen el empeño en sustituirlos por otros nuevos. Un esfuerzo perdido que ya no existe, un ánimo insalubre sin utilidad ni beneficio. Una merma valiosa como forma de vida adecuada y reconfortante. Es por ello que no podemos convertir la rutina ni en hábito ni en monotonía. No permitamos transfigurarla en una práctica de frecuencia diaria machacona e invariable. Ha de renacer el dinamismo personal que vuelva a crear nuevos estados emocionales que conlleven y nos aporten esparcimientos diferentes de realización individual ante el desuso de lo perdido. Una nueva orientación en nosotros mismos. Debemos ganar la propia batalla personal buscando en la distracción una nueva diversión y placer de ejercer cosas diferentes. Necesitamos de un cambio de paradigma, un esparcimiento que se convierta en pasatiempo nuevo que nos haga olvidar tiempos pasados de estancamiento, donde nos volvamos a gustar como personas; una metamorfosis que nos devuelva al camino que perdimos, a la magia de los sueños y que nos recobre hacia la satisfacción personal. Tenemos que recrear nuevas historias que nos deleiten y aporten el gozo y la complacencia con nuevas satisfacciones. Empecemos una expansión de acontecimientos que no tengan descanso ni detención ante cualquier coyuntura, que nos despierten el interés y versen en la solución de combatir la abulia y el tedio. Un cambio de experiencia con prácticas diferentes que eviten la reiteración de equívocos pasados para que no se reproduzcan y dejen su invariabilidad en el quehacer a realizar. Hagamos la transformación de la rutina por la vuelta a la distracción y la diversión bien entendida. Mantengamos un regocijo de energía a transmitir que nos recree en tiempos pasados satisfactorios y cree de nuestras aficiones individuales nuevos retos, metas y ambiciones. No hagamos de la vida una rutina insana, al contrario hagamos una nueva vida. Una variación de esquemas mentales de transformación única e intransferible. Comencemos a crear de nuevo, a soñar de nuevo. A sentir volar la imaginación convirtiendo la rutina del pasado en originalidad. Y apostemos por la novedad y la motivación como fuente saludable de vida.
La rutina: un hábito insano de vida
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Muy interesante la exposición del tema, solo un comentario adicional con la mejor de las intensiones, haz parrafos más cortos para retener mejor las ideas, nuevamente gracias.