La calidad de una sociedad va en concordancia a las cualidades humanas que ejercitan sus individuos: en su forma de actuar, proceder y comportarse.
Una sociedad que vive unos tiempos de cambios, dudas y transformaciones en todos sus hábitos de vida. Ante ello, vemos que hay valores que están quedando aparcados en detrimento de comportamientos individualistas en que se valoran más los éxitos, el poder, la apariencia y el materialismo, que no, los valores humanos que conciernen a la persona con sus limitaciones y debilidades. Aquellos que buscan una sociedad más justa e igualitaria; con individuos que transmitan humildad en sus acciones cotidianas sin egocentrismos. Viendo la diferencia de las personas (pensamiento, origen, condición) en todos sus aspectos, no como un problema, sino como una virtud de riqueza humana.
La dignidad de una sociedad comienza con el comportamiento de sus individuos ante sus semejantes. Por tal motivo, es vital practicar como modelo de vida, la humildad desde el respeto al prójimo sabiendo escucharle y entenderle sin perjuicios a través de una perspectiva más amplia, real y justa. Sabiendo que la humildad nos muestra la esencia del ser humano desde la sencillez y la llaneza plena de las personas con su naturalidad, tal cual es, sin tapujos ni corsés. Mostrando la parte más humana de la bondad y la discreción.
La humildad está reñida con la soberbia y el orgullo donde impera la arrogancia, la vanidad y la suntuosidad ante las cosas. Por mediación de la humildad, fortalecemos el espíritu contra el egoísmo de una sociedad donde sus individuos anteponen las cosas materiales a cualquier tipo de altruismo de aportación colectiva.
Una forma de contribución a la sociedad mediante la honestidad personal que nos dota de la bondad en los procederes que profesamos. Ejemplo de principios e integridad consustancial del ser humano que determina su moral como aval de naturaleza y condición natural propia.
Es a partir de la humildad cuando vemos la perspectiva de la vida de una forma diferente y más fácil de sobrellevar. Un tránsito y quehacer de simpleza y sobriedad donde la discreción no necesita de alardes que conlleven la ostentación, la jactancia desmesurada y una vanagloria desacerbada.
Es en la naturalidad más intima donde renace el verdadero ser humano. Aquel que lucha por la justicia sin importarle solamente su interés particular.
En una sociedad cambiante con modelos de vida que buscan más las satisfacciones de los bienes materiales que los espirituales. Es cuando la humildad adquiere su máxima expresión para contrarrestar los comportamientos de soberbia, arrogancia y vanidad que busca la sociedad en ídolos donde reflejarse como garantía de una felicidad efímera a conseguir.
La felicidad personal no ha de basarse sólo en las apariencias de poder (sea cual sea), sino en el equilibrio interior que nos haga sentir aceptados por nosotros mismos. Es la forma de crecimiento personal que haga desarrollarnos y madurar a nivel humano; con un progreso de autoafirmación que sirva de ayuda y vacuna ante las dudas, incertidumbres y vacilaciones. La mejor forma de conocernos es actuar con la coherencia de los hechos y la actuaciones de nuestras ideas puestas en práctica. Ser uno mismo es una terapia de higiene mental saludable y necesaria.
El tránsito de la vida es un caminar complicado con sus tonos claros y oscuros. Un viaje en que la naturalidad no debe ser una cortapisa que cambie nuestra forma de ser y comportarnos. Al revés, la virtud humana se mide por sus cualidades humanas. Aquellas que nos hacen diferentes de la naturaleza.
Creemos sociedades con individuos que busquen su interior más dormido y por descubrir sin tener miedo a mostrarse con sus miserias, grandezas y elementos maravillosos que poder ofrecer a los demás y que se encuentran aletargados sin poder expresarse.
Aprovechando los sentimientos como formas de expresión de afectividad sin vergüenzas ni miramientos. Es en aquel instante cuando la emotividad resplandece y la sensibilidad adquiere su momento de máxima expresión.
Un tiempo en que la humildad ya está en el corazón humano, en sus entrañas más recónditas; en el fondo de su alma que llega al interior y nos fortalece como personas y seres humanos.
El alma como esencia que nos dota de la capacidad de sentir, pensar y razonar. Un ánimo del espíritu que nos llega al corazón en todo su esplendor.
Somos sustancia viva y esencia natural de vida. Un eje de acción y centro de actuación natural como individuos y personas que no necesitamos de exhibir con vanidad nuestras pertenencias, quehaceres o tareas emprendidas.
Alejémonos del ensalzamiento gratuito y del orgullo desmesurado ni justificado. No necesitamos exaltar cualidades personales que no nos corresponden por logros que podamos alcanzar dotándonos de un orgullo desmedido que nos haga creer superiores ante los demás; con arrogancia, altanería y altivez.
Vivamos en una sociedad en que apostemos por nuestros valores y acciones propias intentado aplicarlas en nuestras pequeñas parcelas diarias.
La suma de muchas acciones crearán parcelas que nos inmunicen contra los alardes, ostentaciones y endiosamientos que conllevan la soberbia y la lucha del hombre y su destino.
Forjemos una sociedad de personas donde impere el humanitarismo en el género humano y la inclinación hacia el bien común como virtud frente a la envidia, la competencia insana y el egocentrismo.
Hagamos de la humildad el mejor exponente para aceptarnos a nosotros y a los demás con sencillez y sin dobleces como aportación de valor y capital humano.
La humildad nos hace más humanos
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