El ser humano tiene una personalidad propia, definida y única acorde a sus vivencias personales, aprendizaje diario y experiencias particulares que marcan su esencia singular y determinan su carácter, idiosincrasia y talante. Es decir, su modo de ser. Una naturaleza inherente que lo diferencia ante los demás individuos. Por ello, podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿por qué nos diferenciamos los individuos en nuestra forma de pensar? ¿Tenemos deseos e inquietudes compartidas? ¿Nos marcamos los mismos objetivos en la vida? En el transcurso de nuestra existencia vital los individuos tenemos unos anhelos e intereses por conquistar. Son sentimientos y percepciones que despiertan la ilusión. Una sensación de alegría y satisfacción ante nuestra confianza, deseo y ánimo. Son parte de nuestros ideales, utopías y sueños para materializarlos y poder alcanzarlos. Es una realización plena diferenciadora e individual que nos identifica, reconoce y distingue. Aquella que pone a la luz las creencias y principios que determinan las convicciones personales. Las ilusiones son esperanzas de alegría que despiertan nuestra complacencia personal, nos aportan entusiasmo, generan optimismo y priman nuestras ganas de culminación, que transmiten decisión y energía. Canalizan percepciones de conquistas y aspiraciones que colman nuestro espíritu y nos dan fuerza para poder seguir creyendo en lo que soñamos y pretendemos conseguir. Los propósitos y objetivos son un destino de las ilusiones, una determinación en nuestros procederes que buscan el resultado que aspiramos manteniendo nuestra coherencia en nuestros valores; buscando impactos personales que dejen la huella necesaria para despertar nuestras emociones. A través de los pensamientos marcamos objetivos que comportan decisiones y resoluciones que necesitan del empeño y la voluntad como motivo de fin en la determinación y finalidad en la meta como pretensión e ideal de ilusión. Reavivemos nuestras fantasías, llenémoslas de vida que nos reconforte y nos dote del estímulo imprescindible para seguir luchando en lo que creemos. Busquemos en el empeño el mejor ahínco de esfuerzo y aliado ante la angustia y la ansiedad de las dificultades. Que nuestros objetivos no se vean fatigados ni afligidos ante las metas e ideales de nuestras determinaciones e intenciones para no renunciar en nuestro camino a seguir. Conservemos con firmeza nuestros afanes y esperanzas con la ambición y pretensión en poder conseguirlos. Nutramos las ilusiones con la seguridad y el aplomo que impulse nuestro ánimo para sentirnos vivos. Hagamos del empuje un verdadero aliento natural en donde las convicciones personales sean nuestro auténtico credo íntimo y particular. Una genuina ideología personal que nos aporte la ilusión necesaria que marque nuestras expectativas y vea en las acciones y actuaciones que realicemos la perspectiva real que nos dé la certeza, el amparo y la firmeza que conlleve la estabilidad en la creencia y defensa como garantía de confianza en nosotros mismos. No hay mayor tranquilidad que el convencimiento como verdad propia para mantener viva la ilusión. Una auténtica fortaleza y solidez que genera valor, entereza y serenidad necesaria para mantener la perseverancia y el equilibrio personal, que nos garantice la seguridad en conseguir las finalidades que ambicionamos. Auténticas ilusiones que distinguen las metas que deseamos y que son motivo de empeño propio en nuestras intenciones y objetivos de ilusión y deseo. Examinemos en nuestros fundamentos íntimos el destino de la consumación de las emociones; principios que nos dan la seguridad y la tranquilidad indispensable para mantener nuestras creencias intactas. Unámoslos a la constancia ante las metas que nos propongamos como ilusión para sentirnos vivos. Para ello, los sentimientos personales nos despiertan emociones que aumentan la sensibilidad ante nuestro semejantes y la ternura humana; haciéndonos más receptivos ante los demás. Creamos en lo que hacemos, sintamos la esperanza sin perder el convencimiento de las decisiones que adoptemos; son la garantía, el aliento de vitalidad y el tesón particular de seguridad. No hay deseo que no ansíe como meta la ilusión. No hay aspiración sin ambición. No hay pasión que no necesite un empeño. No hay empeño sin esfuerzo. No hay ideal que no tenga una finalidad. Sigamos vivos y activos con ilusión y empuje. No la perdamos en un anhelo efímero ni en una impresión errónea de nuestros sentidos. Ha de ser una esperanza real a conseguir. Es el camino hacia la felicidad y el deseo. Es la emoción en estado sublime. Un verdadero sentimiento que sacia nuestro «yo» personal. Busquemos la satisfacción y mantengamos la ilusión como mejor acto de ambición y buen propósito.
Mantener la ilusión
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