Cuando la vanidad de los líderes se convierte en un virus letal

Bien es sabido que la misión de un líder es motivar, con voluntad e interés manifiesta, a un grupo de personas dentro de una empresa u organización a través de su carisma, influencia y crédito, para la consecución de un objetivo común. Son cualidades y características innatas que lo definen, con valores de actuación dentro de sus diferentes ámbitos de responsabilidad, personalidad y comportamiento, determinando así sus capacidades, competencias e idoneidad adecuada. Una compatibilidad y conveniencia de utilidad apropiada en el desarrollo de la gestión y dirección de esfuerzos colectivos. Pero, ¿qué pasa cuando un líder es arrogante, insustancial y soberbio? Ante esta situación, estamos bajo la demostración palpable de líderes débiles y acomplejados que quieren encubrir su inferioridad, suficiencias, autoestima y falta de talento con el menosprecio por su rango jerárquico. Todo ello da lugar a un contagio general de decepción ambiental que provoca un sentimiento de insatisfacción en los equipos de trabajo, alejándolos de las expectativas de seguridad, esperanza, posibilidades y perspectivas. A partir de este momento, nos encontramos enfrente del líder con la figura del desaliento personificado. La viva estampa del adalid estándar que se convierte en portador del virus del pesimismo que infecta al grupo humano, lo enferma, provocando el desánimo, la frustración y el desengaño. Aquella respuesta emocional negativa de decepción personal y grupal que hace alejarnos de las metas y los objetivos marcados. Un líder vanidoso transmite una actitud de enorgullecimiento y arrogancia incompatible con la modestia y la naturalidad necesaria de llaneza en el trato, indispensables para poder trabajar en equipo cuando se quieren conseguir unos mismos fines y logros comunes. La calidad de un líder no solo se mide por sus competencias, sino también por su lado humano (vital en un compromiso de trabajo) y sus cualidades personales intrínsecas de humildad y modestia. De su sencillez natural de honestidad en el trabajo del día a día sin arrogancia ni altanería que no ahonde en la soberbia de la superioridad del cargo que ostenta. Donde no se endiose ni alardee de orgullo innecesario que lo aleje de cualquier sospecha de petulancia. Es necesario un líder que transmita un señorío sin descaro ni aires de grandeza infundada. Aquellos humos de distinción por su categoría o función que lo hacen inaccesible y arrogante. La personalidad de un líder adquiere valor y grandeza en su modo de ser y comportamiento con aquella sinceridad espontanea que aporta al grupo (valor añadido consustancial) y lo provee de familiaridad y calidad humana en todos sus procederes cotidianos. Aportando la confianza básica en el desempeño de las funciones a ejecutar, tanto a nivel grupal como de crecimiento personal. Un rasgo de líder donde impere la discreción y la humildad (sin importarle la jerarquía que ostenta) como norma y pauta de personalidad y relación laboral. Transmitiendo la afabilidad necesaria en el ejercicio rutinario hacia sus subordinados, siendo su ánimo el impulso de solidez imprescindible de positividad ante las decisiones que se adopten. Un aliento vital que es la esencia en cualquier estructura de trabajo que proporciona el carácter propio y genuino, generador del talante diferenciador que compromete y compacta en la unión a cualquier equipo humano dentro de una organización; dotando de las condiciones necesarias que creen y den lugar a ambientes de creatividad grupal. Convirtiéndose en moderador del acuerdo, avalador de la diferenciación en las ideas e impulsor del acuerdo y el consenso ante cualquier decisión profesada. Creando compromisos de distensión frente las dificultades, y propiciador de espacios de armonía en las determinaciones y resoluciones. Verdaderos presagios que hacen rebelarnos ante las complejidades y los inconvenientes como un antídoto a la indiferencia de los obstáculos. No hay líder que se precie de serlo que no disponga de una inteligencia interpersonal en las relaciones humanas para poder: entender, comprender y razonar sus decisiones desde la equidad y la justicia. Unos comportamientos que deben ir acompañados como razonamiento esencial de la franqueza en los actos, la veracidad en los sentimientos y la claridad en las emociones. Teniendo presente que las personas son el capital humano más importante dentro de cualquier entidad y sabiendo que hay que salvaguardar, cuidar y luchar por él, como valor y patrimonio vital necesario en la garantía del éxito. Si el peor enemigo en cualquier organización es la incompetencia de sus responsables, no hagamos que la vanidad de sus líderes se convierta en un virus letal a combatir y erradicar. La grandeza de un líder no se mide ni por su fatuidad ni por la pertenencia de vanidad que se pueda tener. Es en su sencillez personal donde debe residir su carta de presentación, razón de ser y merito personal.

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Acerca de Lorente Andía

Reflexiones y análisis sobre el pensamiento humano y nuestra sociedad.
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